Hablar de la Muerte: un tránsito de la filosofía del s.XVI al s.XVII

Hablar de la Muerte: un tránsito de la filosofía del s.XVI al s.XVII

Cuando alguien preguntaba al rey la razón de su tristeza éste respondía: “Parce que quatre lances sont pointées sur mon coeur(…); la première lance, c’est le calvaire du Christ ; la seconde, la pensée de la mort ; la troisième, l’incertitude de l’heure de ma mort et la crainte de mourir subitement sans absolution ; la quatrième, c’est la peur du Jugement dernier. »

-Leyenda del rey que no se reía nunca-

En el declive de la Edad Media se oye el eco incesante del memento mori. La Iglesia, en vez de presentar la vida tras la muerte como un consuelo, manipula a voluntad la oscura amenaza del Infierno. El rigor de la vida a la que debía entregarse el hombre a fin de evitar las torturas eternas resultaba inhumano. El hombre debía mantenerse en la conciencia perpetua de la muerte, algo que predicaban popularmente las órdenes religiosas mendicantes. El terror de la muerte se infiltraba por doquier, Le Triomphe de la Mort abatiéndose sobre todos, sin distinción en su danza mortal se convirtió en el tema dominante de la pintura extendiéndose al resto de las artes. Si el tormento aún no era suficiente, había que morir “bien”; una muerte repentina alejaba la posibilidad de acceder al Paraíso. Las personas de principios del siglo XVI eran personas atormentadas.

El Triunfo de la Muerte | Pieter Bruegel El Viejo | Museo del Prado Madrid

El Renacimiento trae consigo la consigna de Giucciardini Memento vivere sostenida por los pilares del empirismo y la victoria del nominalismo sobre el realismo. La fe, el Theatrum Dei, pierde terreno ante el mundo natural y tangible. La gran necesidad de contrastar hechos junto con el redescubrimiento de filósofos antiguos como Aristóteles o Petrarca, dieron un vuelco a la visión de la muerte: se convirtió en la negación total del individuo, algo que parece liberar al hombre renacentista de su Infierno; hombre que se ve con las armas que él mismo ha creado para dominar el mundo que concibe como maravilloso. El mundo renacentista no es un mundo de descomposición ni de destrucción sino de modificación y de transformación.

La Escuela de Atenas | Rafael

Michel de Montaigne (1533-1592)

Montaigne propone en un principio la filosofía como única vía para acabar con la supeditación de las mentes de su época a la muerte. Su táctica consiste en familiarizarse con la muerte de modo a perderle el miedo cuando deja de ser un tema tabú. Su máxima consistirá en que enseñar a los hombres a morir es enseñarles a vivir. Sin embargo, los acontecimientos de los que fue testigo y víctima en los años 80 del siglo XVI (guerra civil que desoló Burdeos en 1585, epidemia de peste…), donde se vio rodeado de muerte y resignación, provocaron un cambio radical en sus postulados. A raíz de aquello, Montaigne consideró que el hombre persuadido de que le están robando su eternidad, desprecia el don de la vida que debiera disfrutar. Montaigne expone que, si hubiéramos sabido vivir correctamente y con serenidad, sabríamos morir de la misma manera.

Giordano Bruno (1548 – 1600)

Retrato de Giordano Bruno. Litografía realizada en el siglo XVI. Civica Raccolta delle Stampe Archille Bertarelli, Milán.

Los vasos comunicantes de Giordano Bruno entre el microcosmos y el macrocosmos lo oponen a Montaigne puesto que éste último promulgaba el estudio de la naturaleza humana y el otro hace humanas las leyes del universo infinito. Bruno conoció la noción de infinito a través de las lecturas de Santo Tomás, San Buenaventura y Duns Scot.

Para Bruno, este término resultaba la fórmula mágica que permitía conjurar el miedo del cambio, de la podredumbre y de la muerte: Contre la folle crainte de dissolution, la nature proclame de toutes forces que ni les corps ni les âmes ne devraient craindre la mort puisqu’ils forment un principe parfaitement constant. Después fue quemado en la hoguera por hereje, pero antes intentó exponer su teoría ante el Tribunal de la Inquisición describiendo la grandeza de un Dios infinito cuyas obras son de la misma naturaleza, infinitas.

René Descartes (1596 – 1650)

La página de la filosofía moderna se abre con Descartes, el filósofo-científico que deseó conquistar la muerte, no sólo para el alma sino para el cuerpo. La dualidad e interacción entre res extensa, el cuerpo que se mueve por impulsos animales, y res cogitans, sustancia pensante, intelectual que vive en el cuerpo, procuran a Descartes un motivo de tranquilidad ante la muerte, dada la supervivencia del alma.

Blaise Pascal (1623 – 1662)

La visión pesimista de Pascal respecto a que la filosofía se erija como Diógenes del tránsito a la muerte, no excluye que centre sus estudios en la obsesión que la muerte causa en el ser humano determinando que, si ésta reduce a la Nada más absoluta al ser humano, la vida se convierte en una farsa carente de sentido. La única esperanza de esta vida, según este físico-matemático, es la creencia en una vida mejor más allá de la muerte cuando Dios revele al alma de un hombre que ha observado el mundo atrapado en sus limitaciones, las verdades de la eternidad.

Vanitas Vanitatis | Anónimo | Escuela de Flandes
Vanitas Vanitatis | Anónimo | Escuela de Flandes

Baruch Spinoza (1632 – 1677)

Spinoza y Leibniz cierran el capítulo del siglo XVII asegurando la inmortalidad del alma. El primero, totalmente opuesto a Pascal y a los tradicionalistas cristianos, siente una total indiferencia a la muerte exponiendo que se puede llegar a dominar el miedo a la muerte a través del conocimiento y sin esperar una vida futura. El filósofo desea superar las contradicciones de los otros estudiosos cuando consideraban esencial la unidad de la naturaleza midiendo al hombre con un rasero externo a ella. Introduce una innovación al admitir que la inmortalidad del alma no puede ni debe medirse con las coordenadas a las que está sujeto el cuerpo; espacio y tiempo. La inmortalidad nada tiene que ver con una vida futura o la continuación de la conciencia humana. El individuo no es más que una parcela minúscula de lo infinito de la Totalidad.

Gottfried Wilhelm Leibniz (1646 – 1716)

Leibniz, al igual que Spinoza, deseaba conciliar religión y filosofía, aunque su teoría no acepte la concepción de la naturaleza ni de Descartes ni de Spinoza. Se basaba en la necesidad de la armonía universal que debía hallarse también en el hombre. Establece un paralelismo entre la capacidad de reciclaje de la naturaleza y la vida y muerte humanas; puesto que las plantas nacen de semillas y consecuentemente de la transformación de seres vivos preexistentes, el hombre no nace totalmente por la concepción o generación, por lo que no debe morir tal y como concebimos la muerte. La armonía leibniziana es un reflejo de la Divinidad. Dios conservará no sólo nuestra alma sino la conciencia de quienes somos cuando lo consideremos no sólo como el príncipe de toda sustancia y de todo ser sino como el Monarca absoluto de la más perfecta República.

Cuadro principal: Los filisteos golpeados por la peste de Nicolas Poussin. 1631