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Realismo mágico y la memoria de los peces
Siempre he sido buena nadadora, me siento bien en el agua. Me gusta sumergirme en el mar y escuchar el eco del mundo desde esa agua primigenia, ver la luz del cielo traducida por el líquido amniótico de la Tierra. Sin embargo, nunca he aprendido a respirar bajo el agua y dado que parece que vayamos a respirar cada vez menos en la superficie, sería conveniente desentrañar el mecanismo para lograrlo.
Sí ya sé que mi sistema respiratorio no responde a ese capricho, pero yo sé que hay personas que saben respirar bajo el agua porque los he visto. Quizá se trate de una técnica hermética, de un conocimiento ancestral que sólo se nos devela a través del estudio y del tiempo… Quizá se trate de un don, de magia … Sea lo que sea creo que la clave se encuentra en aprender a respirar bajo otras cosas que os explico a continuación y que he ido descubriendo gracias a la decodificación de la sucesión de letras de Canción bajo el agua de Fátima Beltrán Curto.
Aprender a respirar bajo el camino
Eladio Ferlosio regresa de perder todas las guerras y sus pasos le llevarán a Uldielbo, un pueblo que le vio nacer sin él elegirlo. Porque, ¿qué responsabilidad tenemos sobre la elección de nuestro lugar de nacimiento que puede ser determinante en nuestra existencia?
“Eladio caminaba por inercia hacia el pequeño pueblo que había sido el de su origen sin él decidirlo” escribirá la autora.
No va solo, le acompaña Teodoro Sacristán, el fantasma del primer soldado del bando opuesto que mató de un disparo en la frente. Ambos actuaban por decreto de los poderes que nunca se veían en las trincheras. Teo está tan enfadado, tan furioso contra Eladio que le va tirando guijarros a los tobillos y, para colmo de males, no le ha llevado ni a un burdel en los años que lo acompaña… Y claro, Teo no podrá volver a Catasset, su lugar de nacimiento porque debe acompañar a su verdugo hasta el fin de sus días.
A lo largo de Canción bajo el agua, los personajes toman caminos físicos y existenciales, y en ocasiones al cruzarse se respira el cambio, el poder transmutador de la amistad, del amor, de la perseverancia y de posar la mirada en el otro para escuchar. Hay caminos que no se eligen como el de la Guerra que asoló cada rincón de España, una sinrazón despiadada que pelearon cuerpo a cuerpo gentes que sólo querían respirar, personas que vieron caer del cielo armas que no entendían, dejándolas mutiladas tanto física como mentalmente de por vida.
De eso sabe mucho Eleanora que perdió a sus padres, una pierna y la visión de un ojo en un bombardeo junto con la esperanza, la ilusión, el latir de su corazón y la luz del camino. La pobre mujer se recluyó en las cuatro paredes de una casa muda como su alma, en un pueblo mudo y destruido que obligó a sus habitantes a recluirse en cuevas, en el monte.
Muda se quedó la madre de Eladio desde ese trágico día que arrasó un pueblo tan pequeño que no aparecía en los mapas porque “se había quedado sin marido, sin casa y sin el alfabeto entero”.
Mudas se quedaron las ovejas de Agustín al morir, el pastor que también sabe de caminos, y que sólo se quedó con Xalestilla, una oveja lacha.
Agustín es el que mejor domina el arte de respirar bajo el camino porque a pesar de su supuesta simpleza para este mundo, entiende perfectamente los corazones y tiene la palabra que no tuvieron tantos caballeros a lo largo de la historia del mundo. Eso explica que su oveja fuese negra: en un mundo tan cruel, la bondad parece la oveja negra del rebaño.
Para camino el que conforman los 37 santos de la cabecera marital de la madre de Teodoro, Doña Virtudes Escrivá que se encomienda a ellos de riguroso luto por el abandono de Teo de su formación eclesiástica, 37 santos que va paseando cada vez que necesita de sus servicios.
De caminos sabe mucho el ingeniero Valcárcel, que para eso ha estudiado y ya y viene en la historia abandonando caminos y tomando otros, pero ese creo que nunca aprendió a respirar ya que parece que robaba más caminos que caminaba.
Otro que no aprendió a respirar fue Torcuato Licanor, un agapornis lujurioso demasiado ocupado en otras prácticas pero que sí era experto en la erótica festividad de la vida, sobre todo por la noche y que al fin y al cabo enseñó a Teo lo suficiente sobre el arte de las tentaciones. Teo, por no haberse atado al mástil para evitar tentaciones – su padre tampoco lo hizo – como lo haría Ulises o Mosén Enrich ante el canto de sirenas, acabó enrolado en uno de los bandos de la guerra, esa guerra que dividió el país en dos como el surco en la cara de la madre de Eladio…
¡Qué elogio de la bisección de la población en esa metáfora! En el libro leemos: “… su rostro había desaparecido por completo y no era más que un enorme y profundo surco que sin mediar explicación alguna daba a entender, con claridad inconclusa, las amarguras y resquemores que la anciana fue atesorando en el seno de sus adentros enmudecidos una vez terminada la guerra”.
Aprender a respirar bajo el peso de las estatuas de sal
En la mitología griega, Orfeo para recuperar a su amada de las garras del inframundo solo tenía que cumplir un requisito: Eurídice le seguiría en el camino hacia la superficie, y él sólo debería confiar, seguir adelante, pero sin volverse. Orfeo preso de la angustia, la duda, el miedo, el deseo de comprobar que su amor le seguía, se volvió y en ese mismo instante Eurídice se convirtió en estatua ante sus ojos.
En Canción bajo del agua todos los personajes que no han aprendido a mirar al pasado desde el aprendizaje para poder seguir adelante, todos aquellos que siguen mirando atrás con miedo, rencor, resentimiento, con sed de venganza, con rabia, acaban muriendo de una manera u otra antes de aprender a respirar bajo el peso de las estatuas. Algunos son salvados gracias al amor o gracias a las letras.
Aprender a respirar bajo el poder de las letras
El “valioso arte de la escritura” que diría Mateo, hermano mayor de Teodoro fugado con Inés, una integrante del grupo teatral La Barraca, es indisociable al tiempo y al amor. Al tiempo porque las cartas que envía Mateo a Teo extienden el tiempo en la novela, creando burbujas de aire en la relación de ambos y en la relación con el mundo que les rodea. Y en cuanto al amor, las cartas que leemos en el libro son todas fruto del amor y envían amor.
Esas cartas, esos puentes entre mundos, esas burbujas de tiempo son memoria, la memoria que representa a todas esas gentes enmudecidas y olvidadas porque no sabían ni leer ni escribir y por lo tanto no podían decodificar su maravilloso universo interior y compartirlo con el mundo. Esa fue la España que perdió, la de las gentes genuinas que no entendían de bandos ni de letras.
El maestro de las cartas es, sin duda Eladio con sus 282 cartas escritas a Eleanora mientras estuvo enrolado en la contienda, cartas que se llenaron de luz, amor y esperanza y que le dieron a él la fuerza para seguir adelante y no desfallecer ante el más profundo horror de lo estrafalario del enfrentamiento fratricida.
A Mateo quizá le cautivó más allá de Inés, lo que Inés y el grupo de teatro que llegó a Catasset, que viajaba de pueblo en pueblo con representaciones como Fuenteovejuna, quizá lo que más le enamoró fue la libertad que se halla en el conocimiento. Al fin y al cabo, parece que la libertad que otorga desprenderse de las ataduras y ser dueños de nuestras vidas es lo que permite respirar bajo el agua y recuperar la memoria de la vida constructiva. Y en esa memoria es donde reside el aire de la vida.
Los peces lo saben y si leéis Canción bajo el agua lo sabréis vosotros también. No somos tan diferentes de ellos, necesitamos el agua para respirar porque sin agua no hay vida y sin la memoria de lo que amamos no hay amor.
Y perdonadme todos si no desvelo ningún secreto del libro, es que si lo hiciese no aprenderíais a respirar bajo el agua, para eso es necesario leerlo.
Gracias Fátima, por haber escrito un cuento maravilloso, un canto a la vida, una vida austera de superficialidades, la verdadera vida, tan tierna como cruda pero que respira porque su corazón late. Canción bajo el agua nos demuestra que al final todos podemos llegar a la luz..