“ Vostre mort est une des pièces de l’ordre de l’univers… c’est la condition de vostre création ; c’est une partie de vous que la mort »
Michel Montaigne (1533-1592)
La muerte no debe concebirse como un tema más que se plasma de un modo u otro dependiendo de la época, de las circunstancias, de los artistas; la muerte es a la vida lo que lo bueno a lo malo, forma parte de la eterna lucha de contrarios, subraya la dualidad del ser humano.
La muerte, ya sea masacrando brutalmente a los seres humanos, como en esta representación de Le Triomphe de la Mort del pintor flamenco Pieter Brueghel el Viejo, ya sea como fuerza liberadora del sufrimiento del cuerpo enfermo, no es más que el propio ser humano, una parte de él, tal y como expresa Montaigne.
La gran epidemia del s.XIV
La gran epidemia de peste negra de mediados del siglo XIV, la yersenia pestis proveniente según algunos estudiosos de Asia Central, significó el origen de un recrudecimiento de la vida de los habitantes de Europa para quienes el miedo al contagio constituía su día a día.
Por plasmar lo que significó esta gran pandemia podemos traer algunos ejemplos: en Venecia, el número de muertos en el invierno de 1347 llegaba a 600 por día, en primavera la ciudad había perdido al 60% de sus 150 mil habitantes (Martin, 2007); en Siena, se mencionan tasas de mortalidad cercanas al 90% (Byrne, 2012). En general, los historiadores coinciden en señalar una cifra que oscila entre los 25 y 30 millones de muertes, lo que representaba alrededor de un tercio de la población de Europa (Braudel, 1979)*.
Las terribles consecuencias demográficas, sociales y económicas de esta pandemia afectaron profundamente a la sociedad provocando una gran crisis de valores ideológicos, culturales y religiosos que modificaron Occidente.
Los campesinos se refugiaron en las ciudades, los vivos apenas eran suficientes para enterrar a los muertos y los posibles enfermos, al descubrirse en sus cuerpos algún síntoma de la enfermedad (bultos en la ingle o en las axilas en la mayoría de los casos), eran en muchos casos abandonados por sus propios familiares. Muchas provincias y ciudades quedaron desoladas.
Por otro lado, la gran escasez de mano de obra barata propició una revolución innovadora que trajo consigo el Renacimiento…
La obsesión por el tránsito
Es entonces cuando aparece la obsesión por el tránsito, por el contraste entre el esplendor de los vivos y la inevitable putrefacción que acompaña a la muerte, oposición en que se basará gran parte de la iconografía sobre el tema en Europa.
Antes de la Peste Negra, la sociedad rebosaba en expresiones de optimismo y esperanza, expresiones que fueron reemplazadas por una visión pesimista y llena de desconfianza.
La muerte, más tangible que nunca se plasma en los de textos preparatorios para la muerte (ars moriendi), como “La danza de la muerte” de Hans Holbein el Joven, y la exhumación de cadáveres permiten recordar la fragilidad de la existencia humana.
Se establece de ese modo, un culto a la estructura del cuerpo; al esqueleto, al cráneo y principalmente al corazón. Ocurre un desplazamiento de una cosmovisión teocéntrica a una antropocéntrica. Sin embargo el culto al cuerpo sin vida se ve empañado por la creencia en el alma, que por primera vez en la historia se concibe como liberada tras la muerte: tras el ocaso material el alma comienza a vivir en libertad convirtiéndose en una especie de poder “democratizador” de las desigualdades terrenales.
El yaciente descarnado de Gisors es bastante explícito en cuanto al poder igualador de la Parca:
“Qui que tu sois, tu seras terrassé par la mort. Reste là, prends garde, pleure. Je suis ce que tu seras, un tas de cendre. Implore, prie pour moi.” – Figura yacente anónima en alto relieve | Iglesia de Gisors).
El cambio de los «espacios de la muerte»
Los espacios de la muerte también cambian. Con el hundimiento del feudalismo, ya en el siglo XIII, una burguesía ascendiente introduce a sus difuntos en las iglesias (hasta ese momento tratamiento exclusivo de aristócratas) a cambio de sumas que se van incrementando, dando lugar a un comercio que afianzará las conquistas de la clase burguesa en todos los campos de la sociedad.
Esta “especulación” se extenderá a los jardines de la iglesia para finalmente crear los cementerios fuera de la protección de la casa de Dios. En el Renacimiento, esas almas desprovistas de techo se convertirán en las almas del purgatorio, creencia que en el Barroco alcanzará proporciones abrumadoras.
Para mitigar el padecimiento de ser un alma en pena, vagando sin rumbo por los siglos de los siglos, la Iglesia concede indulgencias que aseguran el acceso al Paraíso, eso sí a cambio de algunas donaciones sólo al alcance de las familias más pudientes y, a su vez preparando el infierno para los vivos que serán las Guerras de Religión.
El arte funerario de los siglos XVI – XVII
Esta evolución de la Hora Suprema se plasma en el arte funerario de los siglos XVI y XVII. Mientras que la Muerte era representada antropomórficamente bajo la forma de un esqueleto o de un cadáver descarnado en la Baja Edad Media, dentro de las iglesias, los yacentes de la sepultura de los nobles y clérigos simbolizaban una muerte dormida esperando de forma piadosa y serena el Juicio Final.
Será en el Renacimiento cuando se reproduzca en todas las artes la inspiración del horror de la muerte así como la fatuidad de la vida.
Ya en el siglo XVII, el horror al paso del tiempo provoca una melancolía descorazonadora y alimentada por los terribles acontecimientos de la época; las fronteras de difuminan, se confunde la razón con la locura, el ser con el no ser, la muerte con la vida y surge un nuevo género pictórico: el de la vanidad, frecuentemente ligado a la meditación sobre un símbolo de muerte como el cráneo.
La muerte es asociada entonces a la Nada y es representada en objetos cotidianos como anillos, colgantes…o en naturalezas muertas.
En una época de crisis de la Iglesia católica, en un mundo que es un engaño, donde La Vida es Sueño, la muerte es el secreto de la vida, pero un secreto vacío, la muerte es la Nada.
La Nature morte au crâne de Philippe de Champagne, con el recipiente de cristal, la flor y el reloj de arena, capta figurativamente la situación intelectual, religiosa y artística del Barroco europeo.
*La muerte Negra y el imaginario colectivo Europeo de los s. XIV – XV | Ignacio Gómez García | Universidad Iberomaericana León