Y de repente estaban por todas partes. Escuchó gritos y el tableteo de las ametralladoras. Los asaltantes se movían muy
deprisa, en un instante habían rodeado a sus soldados y los estaban masacrando. Cuatro de los agresores se abalanzaron hacia los árboles tras los que se había parapetado. Ruth tuvo
la sensación de estar atrapada en una pesadilla, en la que sus atacantes no eran hombres, sino demonios. Demonios idénticos entre sí, bajos de estatura, robustos como ogros, con enormes cabezas cubiertas de pelo rojizo, rostros bestiales y ojos de animal de presa. Sus escoltas abrieron fuego, uno de los demonios rodó por el suelo, los otros dispararon a su vez con puntería infalible, los tres soldados que las protegían cayeron en silencio, con la cabeza destrozada por las balas. Ruth se apoderó de la pistola de uno de ellos con su mano derecha, aferró a Alika con el brazo izquierdo y echó a correr hacia la selva. Consiguió avanzar diez o veinte metros antes de que el balazo la derribara. La pequeña rodó por el suelo, se levantó rápidamente, estaba cubierta de polvo, pero no parecía herida.