Hoy en este día tan especial, especial porque vamos a hacer que lo sea, quiero hacer un elogio de la locura, pero de la locura de amar, de la locura del amor. El amor, un huracán fértil que siembra vida, musa indiscutible de poetas como Rubén Darío que nos susurra al oído su poema Cuando llegues a amar:
Cuando llegues a amar, si no has amado,
sabrás que en este mundo
es el dolor más grande y más profundo
ser a un tiempo feliz y desgraciado.
Corolario: el amor es un abismo
de luz y sombra, poesía y prosa,
y en donde se hace la más cara cosa
que es reír y llorar a un tiempo mismo.
Lo peor, lo más terrible,
es que vivir sin él es imposible.
El Drácula de Bram Stoker diría a su amada Mina al encontrarla tras siglos de búsqueda: “He cruzado un océano de tiempo para encontrarte.” A pesar de su alma feroz, el vampiro amaba a su princesa por encima de todo porque ya había perdido su aliento de vida en su pacto con el diablo y lo único que le recordaba el latir de su corazón era lo que le unía a Mina: un amor a prueba de tiempo y de océanos.
En el materialismo de la sociedad que nos rodea, los enamorados a veces tienen mala prensa, sin embargo, una vida sin amor es nada. Citando al escritor Manuel Vilas en su última obra Los Besos: “todo da igual si no se está enamorado”. Esa afirmación revolucionaria, transgresora nos acompaña a todos los que elegimos el amor como motor de nuestras vidas.
Lo que concede grandeza a otro ser humano es justamente el amor, amor de cualquier índole y por supuesto el amor erótico, romántico, la fuerza de perder la cabeza por otra persona, la locura de amar. Hay que ser muy valientes para librarse a él, para elegir vivirlo, sobre todo cuando ya no contamos con la juventud, esa edad que la sociedad acepta como edad de las locuras. ¿Y más allá? La productividad improductiva para el alma…
La sociedad – porque nosotros mismos lo aceptamos – nos impone aún hoy sus absurdos prejuicios y sus normas estériles, como que existe una edad en la que ya no nos podemos dejar llevar por esa dulce locura vivificante… Y es que a partir de los 45 años nos van preparando para dar de comer a las palomas… ¡De eso nada! ¿Qué vida merece ese nombre sin un amor intenso? ¿Qué vida merece ese nombre sin la fuente creativa y onírica en la que se convierte el ser amado?
El amor no tiene tiempo. Cualquier persona a cualquier edad puede enamorarse locamente de otra. ¿Quién dice que no? ¿Quién pretende mandar sobre el corazón? ¡Menuda osadía! Desoíd a quien os lo diga y desobedeced por el bien de la Humanidad… ¡Amad a todas las edades! ¡Llenaos de la fuerza de las pasiones!
Amad, amad con la voracidad del fuego, la fuerza y persistencia del agua, la calma y sosiego del bosque, amad con el lenguaje del viento y la libertad del cielo. Sumergíos en el alma desnuda de vuestra pareja de baile, en ese baile de máscaras en el que los únicos invitados que se miran a los ojos de verdad son los enamorados. Cuando el amor baila desaparece el contexto, incluso las palabras suenan pobres, hueras, insuficientes porque el lenguaje es otro; es el lenguaje del corazón, un mensaje mucho más atávico, profundo, epidérmico y universal que cualquier otro.
¿Acaso puede una planta vivir sin luz, sin tierra y sin agua? ¿Puede el ser humano vivir sin un amor romántico, sin pasión, sin caricias, sin intimidad? ¡Vivir puede, pero qué vida sería esa! Una vida hueca, deshabitada.
En la pandemia terrible que hemos vivido, en esa época de aislamiento inhumana que se nos impuso y que aún se mantiene en forma de mascarillas y veamos de qué más, se nos ha alejado de los besos, de los otros, del contacto, de las manifestaciones de amor, y se nos ha cambiado el mundo que pensábamos sólido… Hemos podido comprobar que lo único sólido y permanente es el amor, eso que llaman resiliencia es amor a la vida, es supervivencia. El amor es el motor que nos hace partir en busca del tiempo perdido, ya que sin amor el tiempo se pierde. Ahí radica la belleza de lo que somos: viajeros del tiempo locos de amor.
Tenemos la responsabilidad individual de optar por el amor, por los besos, por las miradas cómplices, las caricias buscadas, los sueños compartidos, las sonrisas en la intimidad y la sombra de los misterios construidos… Debemos buscar la belleza de la persona atenta, ese compañero o esa compañera de vida que siempre respeta nuestros sueños, con el que hablamos sin hablar y con quien construimos templos de agua donde las piedras son peces de memoria.
Seamos todos guerreros del amor, ¡que si tiene que haber guerras que sean de eso, de amor! Así el universo y nuestros dioses nos darán una vida llena de silencios compartidos, de fotografías robadas el uno al otro, de instantes mágicos donde los umbrales se convierten en tierra de duendes, de palabras de amor a través de caricias y del respeto del que es consciente de que el ser amado es el camino, pero también el destino… Es amando a los otros como aprendemos la mejor manera de amarnos a nosotros mismos.
Y que no se nos olvide a ninguno, que no se nos olvide que – citando a Ayanta Barilli en Una mujer y dos gatos – sin amor somos nadie.
Unamuno sabía de ese embrujo, de esa locura que es el amor y por eso con su poema Hay ojos que sueñan cierro por hoy mi Elogio de la locura de amar, de la locura del amor:
Hay ojos que miran, -hay ojos que sueñan,
hay ojos que llaman, -hay ojos que esperan,
hay ojos que ríen -risa placentera,
hay ojos que lloran -con llanto de pena,
unos hacia adentro -otros hacia fuera.
Son como las flores -que cría la tierra.
Mas tus ojos verdes, -mi eterna Teresa,
los que están haciendo -tu mano de hierba,
me miran, me sueñan, -me llaman, me esperan,
me ríen rientes -risa placentera,
me lloran llorosos -con llanto de pena,
desde tierra adentro, -desde tierra afuera.
En tus ojos nazco, -tus ojos me crean,
vivo yo en tus ojos -el sol de mi esfera,
en tus ojos muero, -mi casa y vereda,
tus ojos mi tumba, -tus ojos mi tierra.