Cuando cerré La Mensajera del Bosque, al acabar el libro, me di cuenta de algo de lo que no me había percatado hasta ese momento: tenía una enredadera enrollada en mis pies e iba trepando hacia mi cabeza. Aunque mirando bien, no era una, sino cinco tipos de enredaderas… Mientras miraba cómo plantarlas en mi jardín, intenté desenmarañarlas…
Las enredaderas de la memoria
La Mensajera del Bosque comienza con Cris, una chica que se despierta en una cabaña en un camping en medio de la naturaleza. Cris no recuerda nada; ni por qué se encuentra ahí, ni por qué tiene unas horribles cicatrices recientes por todo el cuerpo. Ha perdido la memoria de la misma manera que nosotros hemos perdido la sabiduría de nuestro origen, la belleza de nuestras raíces. Sólo entender de dónde viene, la ayudará a entender a dónde se dirige.
Durante toda la trama, perfectamente enlazada como lo hacen las zarzas en la naturaleza, con un cruce frenético de giros dramáticos y sorprendentes, pero siempre hacia una misma meta, Cris intenta atar cabos y recordarlo todo a través de las personas que se presentan ante ella, a través de las sensaciones y a través del amor mientras, a medida que avanza, los espacios de su ciudad comienzan a cambiar mágicamente.
En paralelo la autora nos cuenta la historia de Rhina, una niña misteriosa, y de todos los personajes ligados a ella de una u otra manera. Ella sí sabe de dónde viene aunque para sobrevivir no podrá ser libre de mostrarse en toda su potencia.
Las enredaderas del amor
En La Mensajera el amor se nos presenta como canal para recobrar la memoria. El amor filial, el amor fraternal, el amor carnal y el amor propio. El amor como motor que impulsa la necesidad de entender la ausencia de alguien muerto o desaparecido, lo que los demás demuestran por nosotros y lo que provocan en nosotros. El amor como vía para despertar tanto la conciencia como la consciencia y aprender a escuchar nuestra intuición, nuestra voz interior. Algo que se personifica en Rhina, una niña que no habla con palabras, pero sí con el amor que desprenden sus ojos, sus manos, su olor, toda ella.
La Mensajera del bosque nos planta delante de la certeza de que en ocasiones no sabemos amar llegando a confundir el amor con la voluntad de dominar a la persona que se ama o incluso que se admira. Esta voluntad de control del ser amado (en este caso un amor pervertido) podemos verlo en uno de los personajes de la novela que intenta inocular el amor en una persona forzando la naturaleza de la misma. Nos puede hacer pensar en uno de los villanos de Révérony Saint Cyr en Pauliska ou la Perversité moderne intentando conseguir que la protagonista lo ame a toda costa a través de una inoculación de fluidos o incluso, como no, en la figura del vampiro que a través de su mordedura quiebra la voluntad de sus víctimas.
Las enredaderas de la incertidumbre
Si hay algo que puede ahogar al ser humano es la incertidumbre, que se extiende aprisionándonos como un boa constrictor, sin dejarnos respirar, sin dejarnos pensar, sin poder movernos hasta que nos damos cuenta que necesitamos saber, independientemente de la naturaleza de esa información, de si es buena o mala, ya que peor es no saber, no ver.
Cris necesita saber, conocer la verdad como el resto de los personajes en La Mensajera del Bosque, todos necesitan conocer qué está ocurriendo a su alrededor y en ellos mismos. Quizá porque ya no saben dejarse guiar por sus intuiciones o por la magia…
Las enredaderas de la magia
Si hablamos de magia, en La Mensajera está prácticamente presente como si fuera un personaje, hasta el punto de esperar ver en momentos determinados a un duende saltando del libro o a algunos de los personajes de la Historia Interminable de Michael Ende hablándonos como si tal cosa…
Maite sabe jugar con nuestra atención y estimula nuestra imaginación a través de escenas perfectamente construidas en las que el resultado supera a las partes. Algo así como un cóctel entre la Escuela de Atenas de Rafael, la Tierra Media del Señor de los Anillos de John R. R. Tolkien, los escenarios misteriosos del videojuego de Myst, los espacios opresivos de El Péndulo o incluso de La Caída de la casa Usher de E.A Poe y la magia que envuelve películas como The Fountain de Darren Aronofsk. Algo así, mezclado y presentado ante el lector para su más absoluto deleite.
Las enredaderas de la reflexión
Cris a lo largo de sus indagaciones va descifrando a los personajes y a sí misma con la misma fuerza con la que en paralelo Rhina crea belleza a su alrededor, ambas sin abandonar a pesar de las dificultades. La evolución de estas dos protagonistas converge en un momento dado, en el momento adecuado en el que entienden que deben tomar las riendas, de la misma manera que, ahora lo entiendo, cuando el lector acaba el libro, comienzan a crecerles enredaderas en los pies.
Una semilla o los ojos de Rhina
Maite Ochotorena lo consigue con un estilo natural, tan natural como el crisol que somos todos. Consigue que disfrutemos, que nos entusiasmemos, que tengamos miedo, esperanza, que sintamos pasión y que sucumbamos a la inevitable convicción de la pura belleza del arte de escribir y crear mundos.
No voy a desvelaros nada más, pero sí voy a invitaros a que leáis La Mensajera del Bosque porque estoy convencida de que cada libro leído será una semilla para un mundo mejor. Podrá germinar o no, pero estará ahí para que cuando se dé el momento propicio, cuando se den las condiciones adecuadas, pueda emerger como un bello árbol con firmes raíces, como el mismo árbol de la vida que nos conectará los unos con los otros y con el planeta en el que vivimos.
Gracias Maite.
Os dejo la reseña en audio esperando que os guste.
Imagen: Imagen de Anja