En marzo del año pasado comenzaron a hablar de la muerte de miles y miles de personas mayores ante los ojos atónitos e incrédulos de las personas que sin saberlo, en su mayoría, se encontraban en estado de shock. Ese estado de inmovibilidad fue provocado por múltiples factores incluido en desmoronamiento de sus proyectos, de sus vidas y, lo más desgarrador, la muerte en soledad de sus familiares, algo para lo que nadie está preparado.

Quizá la resiliencia requiere de algo de amnesia para poder afrontar el horror cuando llama a tu puerta en forma de ausencia de las personas que amamos, de pérdida de todo por lo que se había luchado hasta el momento, de la noche a la mañana; una ola de terror como una buena diestra de un pujil hábil que deja K.O a su contrincante.

Aunque pasado el duelo, pasada la rabia y la incomprensión debemos recuperar la memoria, no para estancarnos en las ausencias, en las debacles o en los fracasos sino para que nunca vuelva a suceder algo así, siempre que pueda ser evitable.

En mi vida he considerado que la muerte de las personas mayores que nos conocen tiene como consecuencia inevitable el difuminado de parte de nosotros ya que como ellas nos conocían ya no nos conocerá nadie, su visión de nosotros no la volverá a tener nadie jamás… Y así se difumina esa parte de nosotros conformada en los recuerdos del ausente.

De la misma manera pienso que ocurre en la sociedad. Las personas más mayores que nosotros son el testimonio vivo, en primera persona de nuestra historia, los garantes de lo ocurrido, de los hechos. Por supuesto no hay una verdad única de algo ya que cada cual tiene la suya propia, pero los ojos y el corazón de las personas que han vivido algo no mienten cuando narran lo sucedido. Cuando los testigos de un hecho mueren, nadie puede suplir o traspasarse esa memoria que se pierde, al menos hasta el momento en el que os hablo…  Sí se puede recurrir a herramientas está claro como libros, grabaciones, pero no todas perdurarán.

La memoria… Esa capacidad maravillosa de la biblioteca que es nuestro cerebro, que en algunos programas educativos quieren eliminar al parecer, es una de las herramientas fundamentales del desarrollo del espíritu crítico: sin memoria no podemos analizar las fuentes, ni compararlas, ni entenderlas. Toda la vida está entrelazada de algún modo y para recuperar el camino de la verdad, o de nuestra verdad al menos, necesitamos recordar de dónde venimos como al pasar de página de un libro debemos recordar la página anterior.

Y ahí nos topamos de frente con la historia, otra de las asignaturas maltratadas junto a la literatura, la lengua o la filosofía. El aprendizaje de la historia define la sociedad de hoy, como la memoria de nuestros padres y abuelos nos devuelve el reflejo de quienes somos.

En ‘Voces’ hemos tenido el honor de compartir unos minutos con una de las analistas políticas más importantes de nuestro país, Victoria Prego que nos presenta su “Pequeña historia de la Transición” de la editorial Espasa juvenil, un relato de nuestra historia reciente narrado por una ‘memoria viva’ de la Transición y el proceso de construcción de la España que conocemos. Como bien dice Victoria: “… la democracia como todos sabemos, no es una cosa que esté ahí puesta como un monumento, es una cosa muy frágil que hay que defender todos los días.”

Desde Vitakora consideramos que la libertad se halla en el conocimiento y ese conocimiento cuando proviene de fuentes directas es un tesoro. Gracias Vitoria y gracias a todos por escucharnos.