El factor más relevante en la aparición del primer ingrediente asociado a la brujería, la magia, comienza a operar en el momento mismo en el que la humanidad, dueña ya de una economía productora, empieza a concebirse a sí misma como un ente distinto a la naturaleza y desea liberarse de su dominio.
Agricultoras y ganaderas, las sociedades neolíticas se saben víctimas caprichosas de la lluvia, el granizo y el rayo, y buscan la forma de someterlos a su voluntad, asegurando el futuro de sus cosechas y la multiplicación de sus rebaños.
La fecundidad de la tierra se convierte en obsesión. La mitología se transforma. Los dioses uránicos, señores del cielo, ceden terreno a las deidades femeninas, dueñas de la tierra. El culto a la Gran Madre, dadora de vida, se extiende por el Mediterráneo. Su figura, con uno u otro nombre, está presente en todas las religiones antiguas; llega
incluso al cristianismo en la figura de María, la virgen madre de Jesús. Y en ese culto las mujeres son protagonistas indiscutibles.
Las valientes esposas de Satán: las brujas | Historia de los perdedores