Nos habían prometido la gloria, pero nada saldría como nos habían asegurado. Nosotros, sin embargo, no lo supimos ver. Por eso nadie podía imaginar, cuando llegamos a Salamanca para defender la causa española, lo que sucedería poco tiempo después. Nada en el horizonte lo hacía presentir ni presagiar. Las tropas de Napoleón habían invadido Portugal y habían aprovechado su paso por la península para ocupar también Madrid y otros lugares; como sus aliados que eran, los españoles les habían dejado la llave para que pudieran pasar por su territorio, pero ahora los franceses se querían quedar también con la casa. Dado que el pueblo luso era un antiguo amigo de Gran Bretaña, esta había decidido acudir de inmediato en su auxilio. España, por su parte, a pesar de ser un tradicional enemigo de los ingleses, había requerido también su ayuda para librarse de los franceses. Y allí estábamos nosotros, pues al Reino Unido no le interesaba que Francia creciera y se adueñara del continente europeo.